Al caer la hoja
en su última ventura sobre la abierta
tierra,
el latido intransferible de su pena,
nadie sabe.
De la noche
su lenta curvatura labradora
cuidando la simiente del poeta;
Del cristal de la gota
el último sonido que no pudo cumplirse
ahogado en la garganta ávida del
líquen;
De la flor en el vaso
su añoranza del tallo, su angustia de
ciclo acabado
bajo la luz veladora de olvido ante el
retrato,
nadie, nadie sabe…
De esta palabra mía
que muerde los silencios y trepada en
retina
se me va en mirada y lejanías;
Del camino sin tránsito visible
que orillando el insomnio sigue
un curso de eternidad perdida;
De todo lo que guardo retenido
porque darlo es abrir la herida
en último gesto arrojando las llaves,
nadie, nadie sabe…
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