sábado, 3 de septiembre de 2011

En un amanecer...




Suele ocurrir en los amaneceres, especialmente si la noche estuvo empapada de insomnio. Y en este amanecer a que me refiero he visto a la soledad subir por los tejados; por momentos con aspecto de ángel, otros con rostro de mujer.
Desde allí miraba las calles que el sol comenzaba a tornar de color limón; suave, amarillo, perfumado.
Acechaba el horizonte con la íntima esperanza de ver llegar por el naciente, al Caminante que añoraba su corazón.
Las horas crecían como niñas urgentes, cada una traía un fruto maduro para el hambre de su corazón. La soledad seguía sola...
Mientras el humano reloj marcaba veinte pasos hacia el abierto costado del ocaso -veinte horas dolidas-...La luz libraba una batalla en la que perdía gajos de cielo ganado por nubes de plomizo marrón.
Tuvo que ceder. Sus fuerzas no pudieron sostener por más tiempo el sol.
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La soledad se miró en el espejo de la luna que se iba.
Siguió por los tejados espiando la luz de algunas ventanas que inquietaron su corazón.
Fue noche en la noche.
El laurel del jardín la vio, descender con las alas partidas en dos.


Cualquier parecido con la realidad... es pura ilusión.







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